Cuando por fin decidí animarme a decirle todas las razones por las que yo creía que podía ser posible que estuviera enamorado de ella, se limitó a detenerme colocando un dedo en mis labios y contéstame con un sencillo "mejor de mis palabras". En el momento solté una sonrisa, pero era una de esas sonrisas amargas que se sueltan cuando uno es derrotado, porque sus palabras eran contadas, mas no por eso menos importantes. Aparte de que, como todo buen hombre, no noté que esa razón había estado escondida en su cuerpo y sus actitudes, no tanto en verbos, sustantivos, o conjunciones.
Mi sonrisa fue respondida con una de ella, una sonrisa que, contrario a la mía, reflejaba una morbosidad malvada, una sonrisa que no hacía nada más que complementar su argumento. Tenía razón, nada de lo que pudiera ser importante lo era sí no existía un canal para llegar a mí, en este caso no se limitaba a su voz o sus letras, sino a cada forma de sus palabras. Su mirada era vacía sin significado, su mueca de inconformidad no reflejaba nada sin contexto, incluso la postura que tomaba cuando se inclinaba para verme y colocaba su brazo en la cintura carecía de significado sin algo implícito, sin sus palabras murmuradas o escondidas entre besos, era imposible enamorarme de ella.
Todas estas revelaciones llegaban a mí de golpe, más rápido de lo que podía procesarlas, lo que llevó a mi mano a mi frente en señal de estupefacción, porque todo éste tiempo había estado enamorado no de su perfecto cabello, con el que jugaba mientras me veía palidecer, sino que al fin pude comprender que lo mejor de ella eran sus palabra.