domingo, 10 de junio de 2012

Despertares

La primera vez que amaneció para mí con ella a mi lado supe que cuando más la quería era cuando estaba dormida. La calidez que desprendía su cuerpo era especial, por no decir única, sus brazos como seda me aprisionaban con soberana inconsciencia, era una prisión de la que nunca quería salir; por cuestiones de cotidianidad y esas situaciones biológicas que condicionan el comportamiento humano, sabía que tenía que terminar en cualquier instante. Eso no me privaba de mi condición de observador, ella aun seguía dormida y me molestaba verla dormir, no quería que se acabara, no quería que ese estado de reposo bondadoso terminara para convertirse en potencial portadora de la petulancia. No conforme, seguía observando mientras pasaban esos segundos que se sentían como horas, cuidadoso de no despertarla con mi respiración o mi movimiento, cada parpadeo era calculado protector. Me hacía feliz saber que en ese momento solo éramos nosotros 2, sin preocupaciones ni prisas, que cargaba con la pérfida responsabilidad de la salvaguardia de su reposo, porque cada gesto, cada sonido y esas ocasionales patadas o sonrisas eran producto de la divinidad y no debían de ser perturbadas por cosas tan banales como mis tontas necesidades, pero cuidadoso de preparar el acto de despertar.

Silencio.

En el ápice de mi calidad de espectador llegó, junto con la decepción de su despertar, ese beso, envuelto en pena y demás sentimientos acuñados a la violenta soberbia, venía acompañado del ruido de su voz, cargada de disgusto. Preocupaciones sobre golpes, condiciones del descanso, aspectos físicos redundantes a la banalidad. Toda su divinidad se perdió de golpe, regresó al anclaje de lo térreo, y junto con su ser consciente regresaron dudas, problemas, preocupaciones, tareas, horarios, evocaciones de otras personas e incluso asuntos míos que no recordaba. Esa sobrecarga solo podía ser respondida con una sonrisa, porque pese a todo este subproceso irrelavente de quejas, tanto de ella como mías, era algo que me veía haciendo toda la vida. Este era el primero de muchos despertares, nunca llegué a pensar que todos ellos iban a ser violentos y figurados, pero en ese momento particular todo parecía estar bien porque venía con la ansiedad de la repetición. Pero, ¿Porqué pensar y tratar de adelantar el día del final? Seamos felices, gocemos el momento.

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