martes, 5 de junio de 2012

Nunca te acostumbrarás

En qué momento dejamos de sentir la gravedad del beso? Cada vez que dejamos que la razón se sobrepusiera en un evento meramente emocional. Me era imposible evitar preguntarme el por qué de cada beso, cada vez o cada cuando. No podía dejar de cuestionarme: por qué si no sentía nada, ni por ti ni por tus besos, continuaba haciéndolo? Quizás era una imperativa necesidad de comparación con tu predecesora o a lo mejor era un simbolismo para dejarte en claro que te necesitaba. No obstante, me siento inmerso en la culpa porque nunca pude acostumbrarme a tu cariño, o al menos a tu forma de demostrarlo, aunque a veces me pregunto si quien tenía culpa eras tú; mi intención sensual era la correcta pero no inspirabas nada, era como besar la niebla o lo profundo del mar, por más que pudiera hacer contacto visual ignoraba que tal encanto escondía potencialmente males mitológicos o bellezas inmensurables. La duda me invadía y ofuscaba en la duración del acto, por lo que nunca terminé por disfrutar ese eterno instante.

Entonces la iluminación era la correcta: si no se vislumbra la vida en ese rozar, si no hay un corte limpio en los labios cuando se mezclan, no hay un reflejo claro de lo que se siente o se ve, entonces cada vez que cerraba los ojos besaba a una desconocida, cada ocasión una mujer diferente. El espejo rompe su existir cuando los ojos se cierran, porque se le niega cumplir con su cometido, nunca nos hubiéramos acostumbrado a nuestra postura contemplativa y previsora donde el beso que perpetrábamos era de sordos y de mudos, pero nunca de ciegos. Nunca estuvimos ahí en esos momentos de desolación, y eludimos majestuosamente ese beso que nunca fue, al que nunca te acostumbrarás.

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